Hay tres cosas que presiden nuestra vida terrenal, el sueño, la vigilia y el miedo. Los tres son elementos inherentes a la vida humana y se entrecruzan formando parte de nuestras vivencias. Pero el más condicionante y el más doloroso de las tres es el miedo.
Dicen los expertos en la mente humana que el miedo es un grado moderado nos activa a afrontar el peligro, haciéndonos desarrollar facultades de supervivencia; por ejemplo, cuando uno va a ser agredido por una fiera salvaje. En este instante se ponen mecánicamente en funcionamiento las facultades de la supervivencia física básicas: la atención máxima de la vista y del oído, la tensión de los músculos mediante la orden cerebral de la hipófisis, bien optando por la huida, bien disponiéndonos a defendernos por nuestra vida de la bestia agresora, utilizando los recursos y las herramientas que en ese momento tengamos.
A continuación, tenemos el otro miedo, el miedo construido a base de nuestras experiencias vitales, que hemos adquirido durante nuestro camino. Este miedo es fruto también del ensayo/error (la vida material se basa en la experimentación con acciones y conocimientos); es decir, se nos presentan situaciones cuya solución no vemos en una primer momento. Pongamos que estamos en un ámbito laboral determinado y surge una dificultad nueva en el desarrollo de una tarea. Nuestros conocimientos sobre el trabajo general que veníamos realizando hasta ese momento son insuficientes ante esa nueva dificultad, imprevista, además de que dentro del acervo de nuestras experiencias anteriores tampoco somos capaces de hallar una pronta solución eficaz a tal cuestión laboral.
¿Qué nos pasa en un primer momento?
En primer lugar, nos detenemos mentalmente y pensamos en algo adecuado, pero paralelamente una fuerte emoción de incertidumbre y de tensión nos acosa. Acto seguido, intentamos minimizar, al menos, esta fuerza paralizante emocional y continuar en acción resolutiva. Esta emoción nos hace dudar de nuestras capacidades cognitivas ya utilizadas en otras situaciones similares ya afrontadas con valor.
Entonces, respiramos tan profundamente como podemos para apaciguar nuestra mente y así aclarar nuestro pensamiento. En este punto pueden ocurrirnos dos reacciones internamente ante esta emergencia. La primera es que nos pueda dominar el miedo y la ira, con lo que estas emociones negativas no nos permiten pensar bien y no acertamos la resolución, y la segunda es que nos digamos tomando aire y expulsándolo hondamente: “Podemos. Aquí y ahora”. Nos calmamos y la confianza nos ampara, dejando que transcurran un par de minutos y sentimos nuestro poder interno. Quizás, sin embargo, aún no veamos esa rápida y eficaz solución emergente; aunque no la veamos ya, sí, damos una respuesta provisional a la dificultad que nos urge. Así que inmediatamente, como se dice popularmente, nos ponemos manos a la obra con decisión y confianza, porque finalmente nos sentimos dueños de nosotros mismos y avanzamos sobre el problema con alegría de Ser y hacer.