Desde hace ya varias décadas atrás, las zonas verdes de las ciudades se limitan a unos pocos sitios contados, que realmente son casi inexistentes si se hace una comparación con la gran masa de edificios que los rodea.

La edificación masiva de estos años atrás, potenciado por el famoso boom inmobiliario, ha hecho que prácticamente se agotaran todos los espacios libres que quedaban construyendo viviendas o edificios nuevos, en muchos casos ni respetando los límites legales en zonas naturales como los lindes de la playa, de montañas, etc, y masificando los núcleos urbanos.

La masificación de edificios, unido al incremento del uso de transporte, tanto público como privado, necesario para un mayor volumen de personas que se aglomeran en las urbes, tanto por trabajo (oficinas, empresas, locales, etc) como por residencia, supone un aumento de los gases nocivos y de la polución que afecta de forma notoria tanto a la atmósfera como a nosotros mismos.

La necesidad de zonas verdes

El problema lo tenemos en que no queda espacio libre en el suelo, porque está todo ocupado por edificios y comercios. Sin embargo, tenemos una gran alternativa, hacer uso de la fachada vegetal y que podemos obtener en la mayoría de edificios.

Esta acción consiste en aprovechar precisamente los espacios ya construidos y reemplazar el color gris de las fachadas por auténticas jardineras verticales.

De esta forma, conseguimos obtener zonas verdes en el lugar que se necesite o que se quiera, aprovechando lo construido, sin necesidad de disponer espacio en el suelo.

Así, nos beneficiamos de reducir el efecto isla, de mantener los edificios con una temperatura estable durante todo el año, reduciendo además la necesidad de utilizar energía en verano con los aparatos de aire acondicionado y en invierno con los de calefacción, de reducir los gases nocivos absorbidos por las plantas, de producir grandes cantidades de oxígeno, necesarios para cualquier persona, etc.