Hay un tramo corto de Shoreditch High Street en el este de Londres que, hasta ahora, ha escapado a las garras de la gentrificación. Un par de lugares tienen ventanas oscurecidas y afuera, se puede ver a una mujer de tacones altos y piernas altas envuelta en un abrigo, fumando un cigarrillo entre bailes. Uno de estos clubes de striptease, el White Horse, ha estado en el negocio durante tres generaciones, pero bajo nuevas propuestas su licencia, como la de cientos de otros clubes, está potencialmente en peligro.

El martes, la diputada laborista Diana Johnson pidió un cambio en la ley para aumentar la legislación en torno a los lugares de entretenimiento sexual (SEV), es decir, los clubes de lap-dancing. Junto con el proyecto de ley, grupos feministas como Object han intensificado su campaña para "desafiar la cultura del objeto sexual", para lo cual los clubes de striptease y de striptease reciben una porción considerable de culpa.

La política del Consejo establece que las objeciones no pueden hacerse sobre bases morales, por lo que las campañas toman un enfoque centrado en la comunidad, lo que sugiere que las SEV crean zonas prohibidas para mujeres y niños y que los propios bailarines son acosados ​​rutinariamente.

La evidencia empírica no ha respaldado estas afirmaciones. No se ha encontrado una correlación comprobable entre los clubes de striptease y los delitos sexuales, incluso ser escort independiente es lo mejor para muchas chicas, y se demostró que un informe anterior a ese respecto es engañoso. El año pasado, las objeciones a una solicitud para la renovación de una licencia de club en Northampton incluían la afirmación de que los delitos sexuales habían aumentado en el área, pero la evidencia policial era contraria. Mientras tanto, un estudio dirigido por el profesor Phil Hubbard de la Universidad de Kent descubrió que solo alrededor del 3% de los encuestados consideraba que un club de baile lap era una fuente de molestias públicas. Una vez al mes, hay una clase de dibujo de vida en el Caballo Blanco. Tanto las mujeres como los hombres aparecen para producir dibujos asimétricos de bailarines de poste. Teóricamente, si bien el club de striptease podría estar en peligro bajo nuevas propuestas, la clase estaría a salvo. Ver a una mujer desnuda colgando boca abajo de su pierna es aceptable siempre que el propósito no sea la "estimulación sexual". Las dos situaciones se consideran tan dispares que una es un foco de furia, el otro un pasatiempo peculiar pero gentil.

Si una stripper es un objeto porque alguien le está pagando por un servicio unidimensional, entonces los clubes de striptease ya no convierten a las mujeres en mercancías más que en cualquier otra área de empleo. Todos trabajamos como un medio para sobrevivir y, como tal, durante las horas de trabajo brindamos algún servicio. Con el mismo pensamiento, un maestro es solo una mercancía para la satisfacción de nuestro deseo de aprender; un terapeuta, una mercancía para satisfacer nuestro deseo de comodidad mental; un modelo de dibujo de vida simplemente un objeto para dibujar.

En realidad, la relación entre el cliente y el bailarín es a menudo una interacción real humana.

Stripper y activista Edie Lamort ha descrito la variedad extrañamente extraña de regalos que recibe de los clientes. Desde sus documentales en DVD hasta una botella de agua bendita del Ganges, su donación sugiere que no todos sus clientes la ven como un objeto sin alma. Otros bailarines me dicen que pasan una buena parte de su tiempo hablando con clientes.

Si el pánico moral por la venta de cualquier tipo de servicio sexual fuera menor, tal vez el enfoque podría pasar de la transacción "objetivante" entre bailarín y cliente a la que existe entre el bailarín y la gerencia, donde el alcance para la explotación es grande.

La investigación de la Dra. Kate Hardy y la profesora Teela Sanders de la Universidad de Leeds revelaron que, si bien el 75% de los bailarines calificaron su satisfacción laboral entre siete y 10 de cada 10, también hubo problemas en el lugar de trabajo. La explotación financiera por parte de los propietarios de los clubes fue la queja más común y las mujeres describieron el hecho de tener que pagar tarifas altas (para trabajar en el club) y ser multadas injustamente. Es aquí donde se necesita un cambio.

Es revelador que a los bailarines se los haya consultado tan poco mientras las campañas contra sus medios de vida se enfurecen. Aquí hay algunas citas de algunos bailarines.